LA MOSCA NEGRA ( Cuento premiado en el “Certamen Cuentos Cortos del
Cordobazo”. Año 2010)
Así habló él, aquella, su última noche:
“Aquí
tiene mi brazo, puede tomarme la presión.
Pero su trabajo será en vano porque ésta es mi última noche. He visto volar una
mosca negra arriba de mi cabeza y es la muerte. Ella viene a buscarme.
María, no me
trate como a un chico, estoy seguro: Esta noche, no me deje solo. Dígame, usted
terminó la ronda, no tendría un poco de tiempo para escuchar a este viejo
moribundo. Mire a los pies de la cama; ahí la tiene ¿La ve?
No, María, no se canse en echarla. Cuando ella lo decide, nos transporta hacia la oscuridad. Acerque la
silla marrón, es más cómoda. Lo que tengo para contarle es muy difícil, poco
creíble. Pero a esta altura de los acontecimientos, eso
qué importa.
¿Cree en el
rumor? No cree, debería creer. El rumor es el inicio, es la gestación del
hecho. Es la fantasía reclamando que algo ocurra .No lo niegue, todas las
enfermeras saben que la mosca negra, cuando ronda la cabeza de un enfermo, es la muerte. Este rumor ha convertido a la mosca en algo
más que un insecto. No, no la espante,
igual va a volver. Ocupémonos de lo nuestro.
Del rumor. De lo maravilloso que puede ser el rumor. Fue en mi infancia
cuando entendí la importancia de inventar rumores. En mi barrio, hice creer que
los bichitos de luz ¿los conoce? Sí, las luciérnagas. Exacto. Rumoreé que las luciérnagas traían suerte y espantaban a los fantasmas. En
aquella época, comprendí que el rumor no era efectivo si no estaba acompañado
por la imagen de un poderoso. Y, como
para los infantes no hay nadie más omnipotente que un padre, yo expandía el rumor diciendo: me lo dijo mi
padre. Todas las noches de verano, antes de dormir, los chicos del barrio nos
asegurábamos de tener un frasco lleno de bichitos de luz, de esta forma los fantasmas jamás vinieron a
molestarnos en sueños.
Todo esto le parecerá muy extraño. Pero si
me tiene paciencia descubrirá otro mundo dentro de este mundo. Muchos creen que
es la fantasía y están en lo correcto, pero no saben que la voz de la fantasía
es “el rumor”. Mi oficio, mi verdadero
oficio, ha sido crear rumores. He ayudado a cambiar la vida de muchas personas.
Los enfermos terminales han muerto con una sonrisa. Fui yo quien le dijo al de
la cama tres que su esposa estaba
embarazada, el pobre no quería morirse
porque no dejaba nada en este mundo. Yo le rumoreé, le hablé con la voz de su
fantasía y, por fin, esa noche pudo
dejar de sufrir, esbozar su última sonrisa y cerrar los ojos.
No, María, eso no es mentir... Sepa que la
mentira carece de valor poético. Hay
quienes han querido clasificar la mentira en malas y buenas pero la mentira es el
engaño. En cambio el rumor es la posibilidad. No se asombre si uno de estos
días ve a la esposa del finado embarazada. Eso es el rumor.
Quiero contarle como inicié mi gran rumor:
recordará que hace cinco años el país comenzó a arder, a convertirse en llamas,
la gente, nuestro pueblo, necesitaba un líder, alguien que los guiara. No
confiaban en nada, nadie. Todo comenzó en una charla de café, cuando las
conversaciones terminaban en desesperanza, que decidí rumorear sobre la
existencia de un comandante.
Yo inventé al Comandante Montes.
Sabía que no iba a creerme. ¿Porque va a mentirle
alguien que tiene a la mosca negra rondando en la cabeza? Es importante
que usted comprenda. Por eso debe saber que el rumor está en la expresión de la
gente, puede verse la ansiedad en sus ojos, también la avidez. Al principio
desconfían, creen que es una broma, pero, mansamente, esperan la confirmación. Es ahí donde el
oficio del rumoreador debe estar
alerta. Para que el rumor sea esperanza, pero por sobre todo concreción.
Fue en esa charla de café que dije: - ¡Cómo! ¿No conocen al Comandante Montes?
Es el que organizó todos los cortes de rutas; en Neuquén, en Salta, en La Matanza el que dirige a
todos los desocupados. El que convenció a
los dirigentes sindicales para que se unieran por la primera gran huelga general. Hube de
recrearlo en las colas de los bancos, subido a los colectivos, en las salas de
espera de los consultorios.
Hasta que un día fui a pagar la boleta de la
luz, y
alguien gritó: — ¡Viva el Comandante Montes!— Decidí corporizarlo en la cara que usted ya
conoce; ojos profundos y mirada lejana, como si pudiera penetrar el pensamiento
y entender sin palabras, vislumbrando donde está el bien y donde el mal. Luego
busqué una frente ancha de pensador. Unos labios bien gruesos. No quise ponerle
barba, los argentinos les temen a los hombres con mucho pelo. Sólo le puse un
bigote. Seguidamente salí a pintarlo. Lo pinté en el Puente Pueyrredón, en las
cuatro caras del Obelisco, en el
monumento a Roca, en plazas, en palos de luz, en los baños de las estaciones.
Muchos creían verlo en diferentes lugares, un niño dijo a sus amigos que estaba
escondido, arriba de su casa, en el
tanque de agua. Varias semanas anduvo él ejército revisando los techos buscando
al peligroso Comandante Montes.
También, por las noches, salí a pintar sus
pensamientos y los dejaba plasmados, con aerosol, en los paredones.
Al poco tiempo, los políticos ya estaban echándole la culpa de todos los
movimientos y los estallidos sociales que había a lo largo y ancho del país.
Cuando más los políticos hablaban del Comandante Montes, más crecía su figura,
más importante se hacía.
Los estudiantes dejaron de preocuparse por el presupuesto para la
educación y comenzaron a pedir por un cambio social más profundo. Ya no les
importaba la comodidad edilicia ni el título
habilitante de la facultad y salieron a los barrios a dar clases en plazas, en
villas de emergencia, en trenes.
En los bares y en cualquier esquina, podía
encontrarse algún sociólogo, historiador
o matemático disertando sobre la vida, la verdadera historia, la solidaridad.
Una tarde, viajando en subte alguien encendió un grabador para que los
pasajeros conociéramos los pensamientos de Nietzsche, Marx, Freud, Einstein.
Esto se hizo costumbre y todos comenzamos a tener a mano una frase de Nietzsche. “El cura conoce sólo un gran peligro: la
ciencia”. Esa frase la escuché una tarde en el colectivo 60 el colectivero en
ves de escuchar música tenia grabado al filósofo como el comandante Montes
había sugerido.
Debo aclararle que no tuve que rumorear su personalidad, otros rumores se encargaron
de hacerlo. Porque sólo los rumores del corazón de nuestro pueblo pudieron
crear una persona tan valiente en la lucha y tan solidario entre los que
sufren. Lo proclamaron poeta; un
mensajero de alegría.
Luego la magia y la esperanza lo hicieron
santo. Los vendedores ambulantes empezaron a comercializar, en las calles, las
estampitas del Comandante Montes y las mujeres, en los barrios, le encendían
velas y pedían por que sus esposos e hijos
fueran valientes y dignos de estar en sus filas. También le pedían por
los enfermos, por que no faltara el trabajo, hasta por algún amor
incomprendido. La Iglesia ,
que hasta ese momento jamás se había preocupado
por los santos políticos, hizo un llamado a sus fieles devotos, para que
no confundieran al diablo con Cristo. Más nada pudieron hacer, el Comandante
Montes era más fuerte que el mismísimo diablo y más humano que Cristo. Hube de inventarle una voz, esa voz firme y
algo ronca; mezcla de alcohol y tabaco, bien de hombre, bien de tango y transmití, por una radio de aficionado, los
mensajes que la gente quería escuchar. También hube de interceptar los cables
de las agencias de información como Walsh me había enseñado.
María, nadie jamás ha sido capaz de rumorear
como yo. Le entrego mi legado. Aquí tiene las llaves de mi casa donde encontrará
la radio. Usted sabrá qué hacer. El alma
que me mueve está muy pesada. Debo dejarla”
Luego, la
mosca negra extendió sus alas y se posó en su frente.
El hombre cerró
sus ojos y dejó de respirar.